Siempre hay que saludar con alegría el
nacimiento de una nueva editorial en estos tiempos sombríos (lo digo por Christian
Grey) y más si las intenciones parecen tan “loables” como las de Pálido fuego
(aquí una entrevista con el editor). Conversaciones con David Foster Wallace
es su primera referencia y como con un pequeño esfuerzo se puede imaginar el
contenido no se va a alargar más esta introducción.
El
libro sirve como una biografía (He tomado
algunas drogas, muchas en mi adolescencia y hubo una especie de resurgimiento
después de que aceptaran mi primer libro. Y la razón principal fue que
repentinamente empecé a ir a fiestas con grandes escritores, y alguno de estos
grandes escritores vivían sus vidas a tope. Yo tenía veintitrés años y tenía la
idea de que todo ello era como llevar chaqueta y corbata cuando eres banquero,
que si eres escritor se supone que tienes que vivir de ese modo) y como análisis
del autor y su obra.
Algunos
artículos intentan imitar el estilo de Wallace en los títulos; otro imita las
respuestas sin pregunta de Entrevistas breves con hombres repulsivos y muchos realizan un esfuerzo por situarlo
dentro de la literatura estadounidense. Para
algunos forma parte de la generación de la televisión, aquellos que crecieron en un medioambiente en el que la
familia americana media pasa seis horas al día delante de la televisión en
contraposición a la veta madre del realismo americano del tipo “barbacoa en el
patio trasero y tres martinis” explotada por una generación anterior de
escritores –escritores del País Updike–. Estos artículos opinan que Wallace desciende de esa rama subversiva y
anárquica de la literatura norteamericana (“los hijos de Nabokov”, los llama) que
se desvió del tronco principal en la década de 1960 e incluyen a Thomas
Pynchon, John Barth, William Gaddis o Don DeLillo. Para otros es uno más de “La panda de los mocosos”, escritores
exitosos justo al salir de la pubertad como
Bret Easton Ellis o Jay McInerney. Con todo la mayoría lo considera “Brillante”,
“Un genio” o “El escritor más divertido de su generación” y se esfuerzan por
diseccionar su obra.
Se
describe su prosa como Una lucha febril y
joyceana con el lenguaje, una profunda penetración psicológica en estados
mentales extremos, un conocimiento médico de los arcanos de la farmacología,
una consciencia delicadamente afinada en maniobras elaboradas, una teorización
sofisticada sobre el cine, la televisión y el video, y un extravagante sentido
del humor. (Cuando el padre del personaje principal de la novela La broma
infinita se suicida cociendo su cabeza en el microondas familiar, su hijo mayor
entra en la casa diciendo, “Algo huele delicioso”. Siguiendo con el humor,
un periodista está preguntando al escritor sobre su intencionalidad. Copio:
P: Me
refiero a cuando das con algo como torres de perforación que “cabecean
feladoramente”…
R: Ah,
si no fuera porque eso es exactamente lo que parecen.
P: Así es
exactamente como parecen, pero es lo bastante divertido como para…
R:
Aunque esa fue otra gran batalla, porque originalmente escribí feláticamente, lo cual pensé que sonaba
mejor y tenía un sonido más discordante,
glótico y felatorio, pero luego el corrector de estilo dijo, “Esa palabra no
existe, tenemos que decir feladoramente”,
lo que pienso que suena como celadoramente
y no me gusta, y así cuarenta y ocho horas de lucha de pulgares por esta tontería.
Las
habituales notas al pie son comparadas con el hipertexto (se hace clic en una frase/eso conduce a otro
lugar relevante desde el que a continuación se volviera al texto principal) pero
el escritor lo niega: Ya me han hecho esa
pregunta, y me encantaba que creyeran que había alguna teoría grandiosa. A veces
utilizo un ordenador para escribir cuando tengo muchas correcciones que hacer,
pero no tengo módem, nunca he entrado en Internet (la entrevista está
fechada en 1998). Hay un tipo en mi
departamento que enseña hipertexto, pero lo cierto es que no sé nada de eso para
poco después confesar que casi siempre
escribo a máquina.
Y, a lo
largo de estas conversaciones Wallace opina, opina, opina (mientras Murakami baila, baila, baila) y está entrada se
acaba aquí aunque habrá más, habrá más, habrá más…
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