lunes, 7 de enero de 2013

Conversaciones con David Foster Wallace, de Stephen J. Burn (editor) (Parte 1)


Siempre hay que saludar con alegría el nacimiento de una nueva editorial en estos tiempos sombríos (lo digo por Christian Grey) y más si las intenciones parecen tan “loables” como las de Pálido fuego (aquí una entrevista con el editor). Conversaciones con David Foster Wallace es su primera referencia y como con un pequeño esfuerzo se puede imaginar el contenido no se va a alargar más esta introducción.


El libro sirve como una biografía (He tomado algunas drogas, muchas en mi adolescencia y hubo una especie de resurgimiento después de que aceptaran mi primer libro. Y la razón principal fue que repentinamente empecé a ir a fiestas con grandes escritores, y alguno de estos grandes escritores vivían sus vidas a tope. Yo tenía veintitrés años y tenía la idea de que todo ello era como llevar chaqueta y corbata cuando eres banquero, que si eres escritor se supone que tienes que vivir de ese modo) y como análisis del autor y su obra.

Algunos artículos intentan imitar el estilo de Wallace en los títulos; otro imita las respuestas sin pregunta de Entrevistas breves con hombres repulsivos y muchos realizan un esfuerzo por situarlo dentro de la literatura estadounidense. Para algunos forma parte de la generación de la televisión, aquellos que crecieron en un medioambiente en el que la familia americana media pasa seis horas al día delante de la televisión en contraposición a la veta madre del realismo americano del tipo “barbacoa en el patio trasero y tres martinis” explotada por una generación anterior de escritores –escritores del País Updike–. Estos artículos opinan que Wallace desciende de esa rama subversiva y anárquica de la literatura norteamericana (“los hijos de Nabokov”, los llama) que se desvió del tronco principal en la década de 1960 e incluyen a Thomas Pynchon, John Barth, William Gaddis o Don DeLillo. Para otros es uno más  de “La panda de los mocosos”, escritores exitosos justo al salir de la pubertad como  Bret Easton Ellis o Jay McInerney. Con todo la mayoría lo considera “Brillante”, “Un genio” o “El escritor más divertido de su generación” y se esfuerzan por diseccionar su obra.

Se describe su prosa como Una lucha febril y joyceana con el lenguaje, una profunda penetración psicológica en estados mentales extremos, un conocimiento médico de los arcanos de la farmacología, una consciencia delicadamente afinada en maniobras elaboradas, una teorización sofisticada sobre el cine, la televisión y el video, y un extravagante sentido del humor. (Cuando el padre del personaje principal de la novela La broma infinita se suicida cociendo su cabeza en el microondas familiar, su hijo mayor entra en la casa diciendo, “Algo huele delicioso”. Siguiendo con el humor, un periodista está preguntando al escritor sobre su intencionalidad. Copio:


P: Me refiero a cuando das con algo como torres de perforación que “cabecean feladoramente”…

R: Ah, si no fuera porque eso es exactamente lo que parecen.

P: Así es exactamente como parecen, pero es lo bastante divertido como para…

R: Aunque esa fue otra gran batalla, porque originalmente escribí feláticamente, lo cual pensé que sonaba mejor y tenía un sonido más discordante, glótico y felatorio, pero luego el corrector de estilo dijo, “Esa palabra no existe, tenemos que decir feladoramente”, lo que pienso que suena como celadoramente y no me gusta, y así cuarenta y ocho horas de lucha de pulgares por esta tontería.

Las habituales notas al pie son comparadas con el hipertexto  (se hace clic en una frase/eso conduce a otro lugar relevante desde el que a continuación se volviera al texto principal) pero el escritor lo niega: Ya me han hecho esa pregunta, y me encantaba que creyeran que había alguna teoría grandiosa. A veces utilizo un ordenador para escribir cuando tengo muchas correcciones que hacer, pero no tengo módem, nunca he entrado en Internet (la entrevista está fechada en 1998). Hay un tipo en mi departamento que enseña hipertexto, pero lo cierto es que no sé nada de eso para poco después confesar que casi siempre escribo a máquina.

Y, a lo largo de estas conversaciones Wallace opina, opina, opina (mientras Murakami baila, baila, baila) y está entrada se acaba aquí aunque habrá más, habrá más, habrá más…


No hay comentarios:

Publicar un comentario